sábado, febrero 27, 2010

Ambiance...



Cada noche es así: el jazz tocando suave y dulcemente. Las velas encendidas. Sobre la ventana el sol que, de vergüenza a tanto desparpajo de pereza, se esconde. La gata negra acaricia felinamente mis piernas, reclama el pago de sus honorarios por hacerme compañía. Unas cuantas caricias la satisfacen y se acuesta a dormir una de sus tantas siestas diarias. Se duerme cerca de donde estoy sentada, cobijándose en mi mirada. El reflejo de las llamas sobre el decanter me entretiene. Soy como el vino que se airea y deja reposar sus impurezas. Mi hogar es un decanter. Mis pensamientos están aireados y mis impurezas yacen en el fondo. Todo es perfecto: el jazz, las velas, la gata, el aroma, el decanter, mis pensamientos y yo.

jueves, febrero 25, 2010

A long time ago...

Nació Pierre Renoir (1841) en Limoges.Conocida por sus porcelanas. Mi piel ya no es de porcelana hace mucho tiempo. Hace tiempo que no visito un museo de pintores. Mucho pintores le han dedicado pinceladas al desnudo. Los desnudos pintados son hermosos. Como este cuadro de Renoir que nació un 25 de febrero a long time ago. También hace mucho tiempo murió Tennessee Williams, el autor de La gata sobre el tejado de Zinc. No recuerdo si le dejé agua a Saba...
Reivindico mi derecho de ver más desnudos masculinos pintados por pintores como Renoir.

Soy incapaz de pensar dialécticamente

No habrá síntesis en esta casa, los filósofos no tienen entrada.

No todos nos ven 2

Esta versión El fantasma de la Opera, con las voces de Robert Marien y Bridgette Marchand, es insuperable.



Le Fantôme de l'Opéra
(no es la versión aquí escuchada, pero vale la pena)
Christine 
La nuit dans mon sommeil,
ce glisse un homme
Sa voix éclate en moi,
Sa voix me sonne
Seai ce un reve encore,
mais cette fois
je sais que le Fantôme de l'opera est là, en moi.

Fantôme
Ce soir, la scene est mise,
nos chants se mêlent
ma main et non ma voix,
je t'ensorcelle
Et ce doux regard,
se perd parfois,
tu sais que le Fantôme de l'opera, est là en toi

Christine 
Ceux qui vous vois en face,
Sont pris d'effroi
Je suis un masque pour vous

Fantôme 
je suis ta voix

Christine et le Fantôme 
notre esprit et mon chant, 
s'envole au vent,
tu sais que le Fantôme de l'Opera est là en toi

Choeurs
c'est lui, le fantome de l'opera

Christine 
c'est lui, le Fantôme de l'opera Ah Ahah

Chante mon ange de mélodie,
chante mon ange chante pour moi,
chante pour nom,chante pour moi

No todos nos ven

Los fantasmas viven en muchos sitios. No creen que nosotros existimos.

miércoles, febrero 24, 2010

martes, febrero 23, 2010

Sexo oral y fumar...juntos y amontonados


La asociación francesa "Derechos de No Fumadores" intenta vender la idea que "Fumar es ser esclavo del tabaco". Por alguna razón que solamente ellos podrán determinar, asociaron la idea de fumar con el sexo. Peor aún, en las imágenes de la publicidad dos jovencitos son obligados a realizar sexo oral a un señor mayor. No, que no cunda el pánico, no hay penes a la vista, el falo es sustituido por un cigarrillo.
Hasta me provoca iniciarme en el mundo de los fumadores...Mon dieu! Espero que no pretendan vender la idea que el sexo oral provoca cáncer, ¿no?

Chapoteando in the rain...


A las siete de la tarde, cuando pretendía volver a mi casa luego de una jornada muy productiva de trabajo, el cielo literalmente se estaba cayendo en lamentos. Era tan fuerte la lluvia, que estuve a punto de pensar que algún bromista se equivocó de fecha* y estaba meta balde por toda la ciudad. Luego de algunos minutos de mirarla con ojos querendones, me quité los hermosos zapatos rojos que llevaba y salí caminando por la calle Buenos Aires a disfrutar de una tormenta de verano. No recuerdo cuando fue la última vez que caminé bajo la lluvia, pero supongo que de eso hace más de veinte años. Llegué a casa sin mayores inconvenientes, aunque me hubiera mojado hasta el alma, si tuviera una. Mis zapatos están bien, gracias por preguntar.



I'm singing in the rain
Just singin' in the rain
What a glorious feeling
I'm happy again
I'm laughing at clouds
So dark up above
The sun's in my heart
And I'm ready for love
Let the stormy clouds chase
Everyone from the place
Come on with the rain
I've a smile on my face
I walk down the lane
With a happy refrain
Singin', just singin' in the rain
dancing in the rain
ohh ia ohh ia ia
I'am happy again
I'am singing and dancing'in the rain
...
dancing and singin'in the rain

domingo, febrero 21, 2010

Provocaciones...

100ºC a nivel del mar, es la temperatura para que el agua deje de estar caliente a estar hirviendo y comience a evaporarse...

sábado, febrero 20, 2010

Bien vale un posteo...

Las pizzas que se comen en la casa de Damiana son insuperables. La perfección hecha masa, salsa y mozzarella...Bien valen un posteo en este blog caótico...

Rarezas...

El inconsciente me ha jugado en contra: algo había escrito Henrique Fialho sobre esto aquí Raridade, con su característica genialidad, claro. En defensa de este plagio diré que mi admiración por las letras de este fantástico escritor portugués me han jugado una mala pasada. Dejo el post, entonces, por la inocencia del acto y los hermosos ojos de Saba.

En general, existe una armonía negociada en la convivencia entre Saba y yo. Yo no me inmiscuyo en sus asuntos felinos y ella poco interés tiene en mis asuntos neuróticos. En muy contadas ocasiones, raramente, cuando estoy despertándome de una siesta larga y reparadora la encuentro acostada a mi lado, con su cabeza muy próxima a la mía. Le digo algo y ella posa su patita sobre mi mejilla. Raramente, en muy contadas ocasiones, luego del comienzo del ronroneo, me lame la mano. Intuyo que quiere comunicarme su bienestar de compartir su vida conmigo: con una neurótica que no le invade su territorio felino y que raramente, en muy contadas ocasiones, permite que invadan su territorio humano.

La Lluvia huele a nostalgia de soles

viernes, febrero 19, 2010

Llueve

Los truenos son bofetadas. Debió haber ofensa para tanto enojo. Esa justa y precisa palabra que no tiene retorno. La prueba es el silencio inmediato anterior a la furia. Silencio absoluto. No hay viento, la respiración misma se hace imposible. Ya está hecho. El daño está hecho. Se siente el corazón rompiéndose antes de la agresión misma. Luego la violencia incontenida.
La prueba son las lágrimas que caen en forma constante, luego. Son lágrimas del agredido, del ofendido, del agresor, del que ofende. Por eso son lágrimas constantes. Por eso caen en la calle, en los plátanos y en mi ventana.

Regreso...

Primer día de regreso de las vacaciones, 9:35 AM, Ciudad Vieja, en el trabajo.

El ascensorista me saluda:

- "Bounjour Madame!"
- "Bonjour Monsieur!" (Andá a c...)

Necesito vacaciones...

jueves, febrero 18, 2010

De risas...

Quino

Sobre derechos inhumanos...

Miles de personas se manifestaron en Uganda a favor de un proyecto de ley que estudia el Parlamento de ese país para incluir la pena de muerte entre los castigos que ya existen para la homosexualidad. Esa pena se impondría para la “homosexualidad agravada”, para aquellos casos en que una persona tenga relaciones sexuales con un menor de edad o un discapacitado del mismo sexo, o para quien mantenga relaciones homosexuales con adultos siendo portador de VIH. En el mismo proyecto se plantea castigar con cadena perpetua la homosexualidad, cuando no hay agravantes.

El proyecto obtuvo el apoyo del gobierno y de la mayoría en el Parlamento, pero recibió el rechazo de organizaciones de defensa de los derechos humanos nacionales y extranjeras, y también de los gobiernos de Estados Unidos, Reino Unido y Canadá, que amenazaron con sancionar al país africano. Esta reacción internacional llevó a que el presidente de Uganda, Yoweri Museveni, se desligara de la propuesta en diciembre, informó la agencia de noticias EFE. Dijo que se convirtió en un “tema de política internacional”.

La manifestación de ayer, indicó la agencia, fue organizada por el Movimiento Internacional contra la Homosexualidad en Uganda y contó con la presencia de entre 25 y 30 mil personas que llevaban pancartas con consignas como “No a la sodomía, sí a la familia” y “La homosexualidad debe ser abolida”.

Extraído de La Diaria

miércoles, febrero 17, 2010

Le modèle nu allongée, une femme noire assise à ses côtés, Jacques Majorelle

Visto en Té de jazmin: Thé au jasmin

Carnaval, Henrique Fialho

Vilmente sustraído y traducido de Antologia do esquecimento

En los últimos días, he ido a trabajar con una camiseta que tenía una frase de Rilke estampada a la altura del pecho: “Amor son dos soledades protegiéndose una a la otra”. Hoy, al terminar un libro de Mariano Peyrou que publicó Averno a fines del año pasado, me encuentro con este verso: “el amor es solipsimo compartido, tan poco”. Me parece que existe aquí una agradable coincidencia entre “dos soledades protegiéndose” y “solipsimo compartido”. Sin embargo, en la secuencia de este encuentro, soy impulsado a pensar que el amor es antes la ausencia del egoísmo. Porque instintivamente egoístas, las personas tienden a defenderse del amor mezclándolo con la pasión, el deseo, la amistad. Lo disfrazan, enmascaran, se enmascaran. Desvelado, el amor se revela cuando estamos dispuestos a prescindir de nuestra comodidad en pos del bien de aquellos que nos inspiran ese mismo amor. Sean nuestros hijos, nuestras mujeres o nuestros hombres, o nuestros amigos. De allí que sea tan oneroso amar. El precio a pagar será siempre superior al beneficio más directo, que, si notamos bien, es el único que interesa a la mayoría de la razón de los corazones egoístas. 

Ler o original em português aqui.

martes, febrero 16, 2010

Le interesa seguir leyendo, Eduardo Verdú


Durante una partida audiovisual e interactiva somos el protagonista de una historia que maleamos a nuestro antojo, nos investimos de una vida que olvidaremos en cuanto apaguemos el aparato. Leyendo, en cambio, serán las páginas quienes se muevan dentro de nosotros, quienes nos alteren y nos transformen, y no únicamente durante la lectura, sino mucho tiempo después de mirar el punto final. El impacto emocional o intelectual de un escrito puede ser profundo y duradero, crucial. Con los libros quizá ya no se construya el porvenir, pero se sigue amueblando la memoria. Leer más aquí.

El prisionero 466/64 nació libre...

"No nací con hambre de libertad, nací libre en todos los aspectos que me era dado conocer. Libre para correr por los campos cerca de la choza de mi madre, libre para nadar en el arroyo transparente que atravesaba mi aldea (...) Solo cuando empecé a comprender que mi libertad infantil era una ilusión, cuando descubrí, siendo joven, que mi libertad ya me había sido arrebatada, fue cuando empecé a añorarla."


lunes, febrero 15, 2010

Cambia, algo cambia

Con la innovación de que por primera vez dos mujeres presidirán el comienzo de la nueva legislatura (Lucía Topolansky en el Senado e Ivonne Passada en Diputados, ambas del Espacio 609), hoy los representantes del pueblo electos en octubre de 2009 comenzarán sus actividades en el Parlamento. Leer más aquí:

Yo miro canciones 1

Al sol

El sol seca, casi achicharra los fríos y negros pensamientos de invierno. Pero no encontró pensamientos fríos y negros cuando caminó al sol que seca y achicharra pensamientos. Se encontró, entonces, sin pensamientos que destruir o disecar y estando caminando sola, sin pensamientos de invierno, tuvo que inventar nuevos pensamientos y éstos eran aún más fríos y negros que los pensamientos de invierno, eran pensamientos de todas las estaciones.

domingo, febrero 07, 2010

"Del sentimiento trágico de la vida", Miguel de Unamuno

Capítulo 1
EL HOMBRE DE CARNE Y HUESO

Ni lo humano ni la humanidad, ni el adjetivo simple, ni el adjetivo sustantivado, sino el sustantivo correcto: el hombre. El hombre de carne y hueso, el que nace, sufre y muere -sobre todo muere-, el que come y bebe y juega y duerme y piensa y quiere; el hombre que se ve y a quien se oye, el hermano, el verdadero hermano. Porque hay otra cosa, que llaman también hombre, y es el sujeto de no pocas divagaciones más o menos científicas. Y es el bípedo implume de la leyenda, el zoon politikón de Aristóteles, el contratante social de Rousseau, el homo oeconomicus de los manchesterianos, el homo sapiens de Linneo, o, si se quiere, el mamífero vertical. Un hombre que no es de aquí o de allí, ni de esta época o de la otra; que no tiene ni sexo ni patria, una idea, en fin. Es decir, un no hombre. El nuestro es el otro, el de carne y hueso; yo, tú, lector mío; aquel otro de más allá, cuantos pisamos sobre la tierra. Y este hombre concreto, de carne y hueso, es el sujeto y supremo objeto a la vez de toda filosofía, quiéranlo o no ciertos sedicentes filósofos. En las más de las historias de la filosofía que conozco se nos presenta a los sistemas como originándose los unos de los otros, y sus autores, los filósofos, apenas aparecen sino como meros pretextos. La íntima biografía de los filósofos, de los hombres que filosofaron, ocupa un lugar secundario. Y es ella, sin embargo, esa íntima biografía, la que más cosas nos explica. Cúmplenos decir, ante todo, que la filosofía se acuesta más a la poesía que no a la ciencia. Cuantos sistemas filosóficos se han fraguado como suprema combinación de los resultados finales de las ciencias particulares, en un período cualquiera, han tenido mucha menos consistencia y menos vida que aquellos otros que representaban el anhelo integral del espíritu de su autor. Y es que las ciencias, importándonos tanto y siendo indispensables para nuestra vida y nuestro pensamiento, nos son, en cierto sentido, más extrañas que la filosofía. Cumplen un fin más objetivo, es decir, más fuera de nosotros. Son, en el fondo, cosa de economía. Un nuevo descubrimiento científico, de los que llamamos teóricos, es como un descubrimiento mecánico, el de la máquina de vapor, el teléfono, el fonógrafo, el aeroplano, una cosa que sirve para algo. Así, el teléfono puede servirnos para comunicarnos a distancia con la mujer amada. Pero ésta, ¿para qué nos sirve? Toma uno el tranvía eléctrico para oír una ópera, y se pregunta: "¿Cuál es en este caso más útil, el tranvía o la ópera?". La filosofía responde a la necesidad de formarnos una concepción unitaria y total del mundo y de la vida, y como consecuencia de esta concepción, un sentimiento que engendre una actitud íntima y hasta una acción. Pero resulta que ese sentimiento, en vez de ser consecuencia de aquella concepción, es causa de ella. Nuestra filosofía, esto es, nuestro modo de comprender o de no comprender el mundo y la vida, brota de nuestro sentimiento respecto a la vida misma. Y ésta, como todo lo afectivo, tiene raíces subconscientes, inconscientes tal vez. No suelen ser nuestras ideas las que nos hacen optimistas o pesimistas, sino que es nuestro optimismo o nuestro pesimismo, de origen fisiológico o patológico quizás, tanto el uno como el otro, el que hace nuestras ideas. El hombre, dicen, es un animal racional. No sé por qué no se haya dicho que es un animal afectivo o sentimental. Y acaso lo que de los demás animales le diferencia sea más el sentimiento que no la razón. Más veces he visto razonar a un gato que no reír o llorar. Acaso llore o ría por dentro, pero por dentro acaso también el cangrejo resuelva ecuaciones de segundo grado. Y así, lo que en un filósofo nos debe más importar es el hombre. 
Tomad a Kant, al hombre Manuel Kant, que nació y vivió en Koenigsberg a fines del siglo XVIII y hasta pisar los umbrales del XIX. Hay en la filosofía de este hombre Kant, hombre de corazón y de cabeza, es decir, hombre, un significativo salto, como habría dicho Kierkegaard, otro hombre -¡y tan hombre!-, el salto de la Crítica de la razón pura a la Crítica de la razón práctica. Reconstruye en ésta, digan lo que quieran los que no ven al hombre, lo que en aquella abatió. Después de haber examinado y pulverizado con su análisis las tradicionales pruebas de la existencia de Dios, del Dios aristotélico, que es el Dios que corresponde al zoon politikón, del Dios abstracto, del primer motor inmóvil, vuelve a reconstruir a Dios, pero al Dios de la conciencia, al Autor del orden moral, al Dios luterano, en fin. Ese salto de Kant está ya en germen en la noción luterana de la fe. El un Dios, el dios racional, es la proyección al infinito de fuera del hombre por definición, es decir, del hombre abstracto, del hombre no hombre, y el otro Dios, el dios sentimental o volitio, es la proyección al infinito de dentro del hombre por vida, del hombre concreto, de carne y hueso. Kant reconstruyó con el corazón lo que con la cabeza había abatido. Y es que sabemos, por testimonio de los que le conocieron y por testimonio propio, en sus cartas y manifestaciones privadas, que el hombre Kant, el solterón un si es no es egoísta, que profesó filosofía en Koenigsberg a fines del siglo de la Enciclopedia y de la diosa Razón, era un hombre muy preocupado del problema. Quiero decir del único verdadero problema vital, del que más a las entrañas nos llega, del problema de nuestro destino individual y personal, de la inmortalidad del alma. El hombre Kant no se resignaba a morir del todo. Y porque no se resignaba a morir del todo dio el salto aquel, el salto inmortal, de una a otra crítica. Quien lea con atención y sin antojeras la Crítica de la razón práctica, verá que, en rigor, se deduce en ella la existencia de Dios de la inmortalidad del alma, y no ésta de aquélla. El imperativo categórico nos lleva a un postulado moral que exige, a su vez, en el orden teleológico, o más bien escatológico, la inmortalidad del alma, y para sustentar esta inmortalidad aparece Dios. Todo lo demás es escamoteo de profesional de la filosofía. El hombre Kant sintió la moral como base de la escatología; pero el profesor de filosofía invirtió los términos. Ya dijo no sé dónde otro profesor, el profesor y hombre Guillermo James, que Dios para la generalidad de los hombres es el productor de inmortalidad. Sí, para la generalidad de los hombres, incluyendo al hombre Kant, al hombre James y al hombre que traza estas líneas que estás, lector, leyendo. Un día, hablando con un campesino, le propuse la hipótesis de que hubiese, en efecto, un Dios que rige cielo y tierra, Conciencia del Universo, pero que no por eso sea el alma de cada hombre inmortal en el sentido tradicional y concreto. Y me respondió: "Entonces, ¿para qué Dios?" Y así se respondían en el recóndito foro de su conciencia el hombre Kant y el hombre James. Sólo que, al actuar como profesores, tenían que justificar racionalmente esa actitud tan poco racional. Lo que no quiere decir, claro está, que sea absurda. Hegel hizo célebre su aforismo de que todo lo racional es real y todo lo real racional; pero somos muchos los que, no convencidos por Hegel, seguimos creyendo que lo real, lo realmente real, es irracional; que la razón construye sobre irracionalidades. Hegel, gran definidor, pretendió reconstruir el universo con definiciones, como aquel sargento de Artillería decía que se construyen los cañones tomando un agujero y recubriéndolo de hierro. 
Otro hombre, el hombre José Butler, obispo anglicano, que vivió a principios del siglo XVIII, y de quien dice el cardenal católico Newman que es el nombre más grande de la Iglesia anglicana, al final del capítulo primero de su gran obra de la analogía de la religión (The Analogy of Religion), capítulo que trata de la vida futura, escribió estas preñadas palabras: "Esta credibilidad en una vida futura, sobre lo que tanto aquí se ha insistido, por poco que satisfaga nuestra curiosidad, parece responder a los propósitos todos de la religión tanto como respondería una prueba demostrativa. En realidad, una prueba, aun demostrativa, de una vida futura, no sería una prueba de la religión. Porque el que hayamos de vivir después de la muerte es cosa que se compadece tan bien con el ateísmo, y que puede ser por éste tan tomada en cuenta como el que ahora estamos vivos, y nada puede ser, por lo tanto, más absurdo que argüir del ateísmo que no puede haber estado futuro". El hombre Butler, cuyas obras acaso conociera el hombre Kant, quería salvar la fe en la inmortalidad del alma, y para ello la hizo independiente de la fe en Dios. El capítulo primero de su Analogía trata, como os digo, de la vida futura, y el segundo, del gobierno de Dios por premios y castigos. Y es que, en el fondo, el buen obispo anglicano deduce la existencia de Dios de la inmortalidad del alma. Y como el buen obispo anglicano partió de aquí, no tuvo que dar el salto que a fines de su mismo siglo tuvo que dar el buen filósofo luterano. Era un hombre el obispo Butler, y era otro hombre el profesor Kant. Y ser un hombre es ser algo concreto, unitario y sustantivo, es ser cosa, res. Y ya sabemos lo que otro hombre, el hombre Benito Spinoza, aquel judío portugués que nació y vivió en Holanda a mediados del siglo XVII, escribió de toda cosa. La proposición sexta de la parte III de su Ética dice: unaquaeque res, quatenus in se est, in suo esse perseverare conatur; es decir, cada cosa, en cuanto es en sí, se esfuerza por perseverar en su ser. Cada cosa, en cuanto es en sí, es decir, en cuanto sustancia, ya que, según él, sustancia es id quod in se est et per se concipitur, lo que es por sí y por sí se concibe. Y en la siguiente proposición, la séptima, de la misma parte, añade: conatus, quo unaquaeque res in suo esse perseverare conatur, nihil est praeter ipsius rei actualem essentiam; esto es, el esfuerzo con que cada cosa trata de perseverar en su ser no es sino la esencia actual de la cosa misma. Quiere decirse que tu esencia, lector, la mía, la del hombre Spinoza, la del hombre Butler, la del hombre Kant y la de cada hombre que sea hombre, no es sino el conato, el esfuerzo que pone en seguir siendo hombre, en no morir. Y la otra proposición que sigue a estas dos, la octava, dice: conatus, quo unaquaeque res in suo esse perseverare conatur, nullum tempus finitum, sed indefinitum involvit, o sea: el esfuerzo con que cada cosa se esfuerza por perseverar en su ser, no implica tiempo finito, sino indefinido. Es decir, que tú, yo y Spinoza queremos no morirnos nunca y que este nuestro anhelo de nunca morirnos en nuestra esencia actual. Y, sin embargo, este pobre judío portugués, desterrado en las nieblas holandesas, no pudo llegar a creer nunca en su propia inmortalidad personal, y toda su filosofía no fue sino una consolación que fraguó para esa su falta de fe. Como a otros les duele una mano o un pie o el corazón, o la cabeza, a Spinoza le dolía Dios. ¡Pobre hombre! ¡Y pobres hombres los demás! Y el hombre, esta cosa, ¿es una cosa? Por absurda que parezca la pregunta, hay quienes se la han propuesto. Anduvo no ha mucho por el mundo una cierta doctrina que llamábamos positivismo, que hizo mucho bien y mucho mal. Y entre otros males que hizo, fue el de traernos un género tal de análisis que los hechos se pulverizaban con él, reduciéndose a polvo de hechos. Los más de los que el positivismo llamaba hechos, no eran sino fragmentos de hechos. En psicología su acción fue deletérea. Hasta hubo escolásticos metidos a literatos -no digo filósofos metidos a poetas, porque poeta y filósofo son hermanos gemelos, si es que no la misma cosa- que llevaron el análisis psicológico positivista a la novela y al drama, donde hay que poner en pie hombres concretos, de carne y hueso, y en fuerza de estados de conciencia, las conciencias desaparecieron. Les sucedió lo que dicen sucede con frecuencia al examinar y ensayar ciertos complicados compuestos químicos orgánicos, vivos, y es que los reactivos destruyen el cuerpo mismo que se trata de examinar, y lo que obtenemos son no más que productos de su composición. Partiendo del hecho evidente de que por nuestra conciencia desfilan estados contradictorios entre sí, llegaron a no ver claro la conciencia, el yo. Preguntarle a uno por su yo, es como preguntarle por su cuerpo. 
Y cuenta que, al hablar del yo, hablo del yo concreto y personal; no del yo de Fichte, sino de Fichte mismo, del hombre Fichte. Y lo que determina a un hombre, lo que le hace un hombre, uno y no otro, el que es y no el que no es, es un principio de unidad y un principio de continuidad. Un principio de unidad, primero en el espacio, merced al cuerpo, y luego en la acción y en el propósito. Cuando andamos, no va un pie hacia adelante y el otro hacia atrás; ni cuando miramos, mira un ojo al Norte y el otro al Sur, como estemos sanos. En cada momento de nuestra vida tenemos un propósito, y a él conspira la sinergia de nuestras acciones. Aunque al momento siguiente cambiemos de propósito. Y es en cierto sentido un hombre tanto más hombre, cuanto más unitaria sea su acción. Hay quien su vida toda no persigue sino un solo propósito, sea el que fuere. Y un principio de continuidad en el tiempo. Sin entrar a discutir -discusión ociosa- si soy o no el que era hace veinte años, es indiscutible, me parece, el hecho de que el que soy hoy proviene, por serie continua de estados de conciencia, del que era en mi cuerpo hace veinte años. La memoria es la base de la personalidad individual, así como la tradición lo es de la personalidad colectiva de un pueblo. Se vive en el recuerdo y por el recuerdo, y nuestra vida espiritual no es, en el fondo, sino el esfuerzo de nuestro recuerdo por perseverar, por hacerse esperanza, el esfuerzo de nuestro pasado por hacerse porvenir. Todo esto es de una perogrullería chillante, bien lo sé; pero es que, rodando por el mundo, se encuentra uno con hombres que parece no se sienten a sí mismos. Uno de mis mejores amigos, con quien he paseado a diario durante muchos años enteros, cada vez que yo le hablaba de este sentimiento de la propia personalidad, me decía: "Pues yo no me siento a mí mismo; no sé qué es eso". En cierta ocasión, este amigo a que aludo me dijo: "Quisiera ser Fulano" (aquí un nombre), y le dije: Eso es lo que yo no acabo nunca de comprender, que uno quiera ser otro cualquiera. Querer ser otro es querer dejar de ser uno el que es. Me explico que uno desee tener lo que tiene, sus riquezas o sus conocimientos; pero ser otro, es cosa que no me la explico. Más de una vez se ha dicho que todo hombre desgraciado prefiere ser el que es, aun con sus desgracias, a ser otro sin ellas. Y es que los hombres desgraciados, cuando conservan la sanidad en su desgracia, es decir, cuando se esfuerzan por perseverar en su ser, prefieren la desgracia a la no existencia. De mí sé decir que cuando era un mozo, y aun de niño, no lograron conmoverme las patéticas pinturas que del infierno se me hacían, pues ya desde entonces nada se me aparecía tan horrible como la nada misma. Era una furiosa hambre de ser, un apetito de divinidad, como nuestro ascético dijo. Irle a uno con la embajada de que sea otro, de que se haga otro, es irle con la embajada de que deje de ser él. Cada cual defiende su personalidad, y sólo acepta un cambio en su modo de pensar o de sentir en cuanto este cambio pueda entrar en la unidad de su espíritu y enzarzar en la continuidad de él; en cuanto ese cambio pueda armonizarse e integrarse con todo el resto de su modo de ser, pensar y sentir, y pueda a la vez enlazarse a sus recuerdos. Ni a un hombre, ni a un pueblo -que es, en cierto sentido, un hombre también- se le puede exigir un cambio que rompa la unidad y la continuidad de su persona. Se le puede cambiar mucho, hasta por completo casi; pero dentro de continuidad. Cierto es que se da en ciertos individuos eso que se llama un cambio de personalidad; pero esto es un caso patológico, y como tal lo estudian los alienistas. En esos cambios de personalidad, la memoria, base de la conciencia, se arruina por completo, y sólo le queda al pobre paciente, como substrato de continuidad individual -ya que no personal-, el organismo físico. Tal enfermedad equivale a la muerte para el sujeto que la padece; para quienes no equivale a su muerte es para los que hayan de heredarle, si tiene bienes de fortuna. Y esa enfermedad no es más que una revolución, una verdadera revolución. Una enfermedad es, en cierto respecto, una disociación orgánica; es un órgano o un elemento cualquiera del cuerpo vivo que se rebela, rompe la sinergia vital y conspira a un fin distinto del que conspiran los demás elementos con él coordinados. Su fin puede ser, considerado en sí, es decir, en abstracto, más elevado, más noble, más… todo lo que se quiera, pero es otro. Podrá ser mejor volar y respirar en el aire que nadar y respirar en el agua; pero si las aletas de un pez dieran en querer convertirse en alas, el pez, como pez, perecería. Y no sirve decir que acabaría por hacerse ave, si es que no había en ello un proceso de continuidad. No lo sé bien, pero acaso se pueda dar que un pez engendre un ave, u otro pez que esté más cerca del ave que él; pero un pez, este pez, no puede él mismo, y durante su vida, hacerse ave. Todo lo que en mí conspire a romper la unidad y la continuidad de mi vida, conspira a destruirme y, por lo tanto, a destruirse. Todo individuo que en un pueblo conspira a romper la unidad y la continuidad espirituales de ese pueblo, tiende a destruirlo y a destruirse como parte de ese pueblo. ¿Que tal otro pueblo es mejor? Perfectamente, aunque no entendamos bien qué es eso de mejor o peor. ¿Que es más rico? Concedido. ¿Que es más culto? Concedido también. ¿Que vive más feliz? Esto ya…; pero, en fin, ¡pase! ¿Que vence, eso que llaman vencer, mientras nosotros somos vencidos? Enhorabuena. Todo esto está bien, pero es otro. Y basta. Porque para mí, el hacerme otro, rompiendo la unidad y la continuidad de mi vida, es dejar de ser el que soy, es decir, es sencillamente dejar de ser. Y esto no: ¡todo antes que esto! ¿Que otro llenaría tan bien o mejor que yo el papel que lleno? ¿Que otro cumpliría mi función social? Sí, pero no yo. "Yo, yo, yo, siempre yo! -dirá algún lector-; ¿y quién eres tú?"
Podría aquí contestarle con Obermann, con el enorme hombre Obermann: "Para el Universo, nada; para mí, todo"; pero no, prefiero recordarle una doctrina del hombre Kant, y es la de que debemos considerar a nuestros prójimos, a los demás hombres, no como medios, sino como fines. Pues no se trata de mí tan sólo; se trata de ti, lector, que así refunfuñas; se trata del otro, se trata de todos y de cada uno. Los juicios singulares tienen valor de universales, dicen los lógicos. Lo singular no es particular, es universal. El hombre es un fin, no un medio. La civilización toda se endereza al hombre, a cada hombre, a cada yo. ¿O qué es ese ídolo, llámese Humanidad o como se llamare, a que se han de sacrificar todos y cada uno de los hombres? Porque yo me sacrifico por mis prójimos, por mis compatriotas, por mis hijos, y éstos, a su vez, por los suyos, y los suyos por los de ellos, y así en serie inacabable de generaciones. ¿Y quién recibe el fruto de ese sacrificio? Los mismos que nos hablan de ese sacrificio fantástico, de esa dedicación sin objeto, suelen también hablarnos del derecho a la vida. ¿Y qué es el derecho a la vida? Me dicen que he venido a realizar no sé qué fin social; pero yo siento que yo, lo mismo que cada uno de mis hermanos, he venido a realizarme, a vivir. Sí, sí, lo veo; una enorme actividad social, una poderosa civilización, mucha ciencia, mucho arte, mucha industria, mucha moral, y luego, cuando hayamos llenado el mundo de maravillas industriales, de grandes fábricas, de caminos, de museos, de bibliotecas, caeremos agotados al pie de todo eso, y quedará, ¿para quién? ¿Se hizo el hombre para la ciencia, o se hizo la ciencia para el hombre? "¡Ea!" -exclamará de nuevo el mismo lector-, volvemos a aquello del Catecismo: "Pregunta: ¿Para quién hizo Dios el mundo? Respuesta: Para el hombre". Pues bien, sí, así debe responder el hombre que sea hombre. La hormiga, si se diese cuenta de esto, y fuera persona consciente de sí misma, contestaría que para la hormiga, y contestaría bien. El mundo se hace para la conciencia, para cada conciencia. "Un alma humana vale por todo el universo", ha dicho no sé quién, pero ha dicho egregiamente. Un alma humana, ¿eh? No una vida. La vida ésta no, y sucede que, a medida que se crea menos en el alma, es decir, en su inmortalidad consciente, personal y concreta, se exagerará más el valor de la pobre vida pasajera. De aquí arrancan todas las afeminadas sensiblerías contra la guerra. Sí, uno no debe querer morir, pero de la otra muerte. "El que quiera salvar su vida, la perderá", dice el Evangelio; pero no dice el que quiera salvar su alma, el alma inmortal. O que creemos y queremos que lo sea. Y todos los definidores del objetivismo no se fijan, o, mejor dicho, no quieren fijarse en que al afirmar un hombre su yo, su conciencia personal, afirma al hombre, al hombre concreto y real, afirma el verdadero humanismo -que no es el de las cosas del hombre, sino el del hombre-, y al afirmar al hombre, afirma la conciencia. Porque la única conciencia de que tenemos conciencia es la del hombre. El mundo es para la conciencia. O, mejor dicho, este para, esta noción de finalidad, y mejor que noción sentimiento, este sentimiento teleológico no nace sino donde hay conciencia. Conciencia y finalidad son la misma cosa en el fondo. Si el sol tuviese conciencia, pensaría vivir para alumbrar a los mundos, sin duda; pero pensaría también, y sobre todo, que los mundos existen para que él los alumbre y se goce en alumbrarlos y así viva. Y pensaría bien. Y toda esa trágica batalla del hombre por salvarse, ese inmortal anhelo de inmortalidad que le hizo al hombre Kant dar aquel salto inmortal de que os decía, todo eso no es más que una batalla por la conciencia. Si la conciencia no es, como ha dicho algún pensador inhumano, nada más que un relámpago entre dos eternidades de tinieblas, entonces no hay nada más execrable que la existencia. Alguien podrá ver un fondo de contradicción en cuanto voy diciendo, anhelando unas veces la vida inacabable, y diciendo otras que esta vida no tiene el valor que se le da. ¿Contradicción? ¡Ya lo creo! ¡La de mi corazón, que dice sí, y mi cabeza, que dice no! Contradicción, naturalmente. ¿Quién no recuerda aquellas palabras del Evangelio: "¡Señor, creo; ayuda a mi incredulidad!"? ¡Contradicción!, ¡naturalmente! Como que sólo vivimos de contradicciones, y por ellas; como que la vida es tragedia, y la tragedia es perpetua lucha, sin victoria ni esperanza de ella; es contradicción. Se trata, como veis, de un valor afectivo, contra los valores afectivos no valen razones. Porque las razones no son nada más que razones, es decir, ni siquiera son verdades. Hay definidores de esos pedantes por naturaleza y por gracia, que me hacen el efecto de aquel señor que va a consolar a un padre que acaba de perder un hijo muerto de repente en la flor de sus años, y le dice: "¡Paciencia, amigo, que todos tenemos que morirnos!" ¿Os chocaría que este padre se irritase contra semejante impertinencia? Porque es una impertinencia. Hasta un axioma puede llegar a ser en ciertos casos una impertinencia. Cuántas veces no cabe decir aquello de: Para pensar cual tú, sólo es preciso no tener nada más que inteligencia. Hay personas, en efecto, que parecen no pensar más que con el cerebro, o con cualquier otro órgano que sea el específico para pensar; mientras otros piensan con todo el cuerpo y toda el alma, con la sangre, con el tuétano de los huesos, con el corazón, con los pulmones, con el vientre, con la vida. Y las gentes que no piensan más que con el cerebro, dan en definidores; se hacen profesionales del pensamiento. ¿Y sabéis lo que es profesional? ¿Sabéis lo que es un producto de la diferenciación del trabajo? Aquí tenéis un profesional de boxeo. Ha aprendido a dar puñetazos con tal economía, que reconcentra sus fuerzas en el puñetazo, y apenas pone en juego sino los músculos precisos para obtener el fin inmediato y concretado de su acción: derribar al adversario. Un voleo dado por un no profesional podrá no tener tanta eficacia objetiva inmediata; pero vitaliza mucho más al que lo da, haciéndole poner en juego casi todo su cuerpo. El uno es un puñetazo de boxeador; el otro, de hombre. Y sabido es que los hércules de circo, que los atletas de feria, no suelen ser sanos. Derriban a los adversarios, levantan enormes pesas, pero se mueren de tisis o de dispepsia. Si un filósofo no es un hombre, es todo menos un filósofo; es, sobre todo, un pedante, es decir, un remedo de hombre. El cultivo de una ciencia cualquiera, de la química, de la física, de la geometría, de la filología, puede ser, y aun esto muy restringidamente y dentro de muy estrechos límites, obra de especialización diferenciada; pero la filosofía, como la poesía, o es obra de integración, de combinación, o no es sino filosofería, erudición seudofilosófica. Todo conocimiento tiene una finalidad. Lo de saber para saber no es, dígase lo que se quiera, sino una tétrica petición de principio. Se aprende algo, o para un fin práctico inmediato, o para completar nuestros demás conocimientos. Hasta la doctrina que nos aparezca más teórica, es decir, de menor aplicación inmediata a las necesidades no intelectuales de la vida, responde a una necesidad -que también lo es- intelectual, a una razón de economía en el pensar, a un principio de unidad y continuidad de la conciencia. Pero así como un conocimiento científico tiene su finalidad en los demás conocimientos, la filosofía que uno haya de abrazar tiene otra finalidad extrínseca, y se refiere a nuestro destino todo, a nuestra actitud frente a la vida y al universo. Y el más trágico problema de la filosofía es el de conciliar las necesidades intelectuales con las necesidades afectivas y con las volitivas. Como que ahí fracasa toda la filosofía que pretende deshacer la eterna y trágica contradicción, base de nuestra existencia. Pero ¿afrontan todos esa contradicción? Poco puede esperarse, verbigracia, de un gobernante que alguna vez, aun cuando sea por modo oscuro, no se ha preocupado del principio primero y del fin último de las cosas todas, y sobre todo de los hombres, de su primer por qué y de su último para qué. Y esta suprema preocupación no puede ser puramente racional, tiene que ser afectiva. No basta pensar, hay que sentir nuestro destino. Y el que, pretendiendo dirigir a sus semejantes, dice y proclama que le tienen sin cuidado las cosas de tejas arriba, no merece dirigirlos. Sin que esto quiera decir, ¡claro está!, que haya de pedírsele solución alguna determinada. ¡Solución! ¿La hay acaso? Por lo que a mí hace, jamás me entregaré de buen grado, y otorgándole mi confianza, a conductor alguno de pueblos que no esté penetrado de que, al conducir un pueblo, conduce hombres, hombres de carne y hueso, hombres que nacen, sufren y, aunque no quieran morir, mueren; hombres que son fines en sí mismos, no sólo medios; que han de ser los que son y no otros; hombres, en fin, que buscan eso que llamamos la felicidad. Es inhumano, por ejemplo, sacrificar una generación de hombres a la generación que la sigue cuando no se tiene sentimiento del destino de los sacrificados. No de su memoria, no de sus nombres, sino de ellos mismos. Todo eso de que uno vive en sus hijos, o en sus obras o en el universo, son vagas elucubraciones con que sólo se satisfacen los que padecen de estupidez afectiva, que pueden ser, por lo demás, personas de una cierta eminencia cerebral. Porque puede uno tener un gran talento, lo que llamamos un gran talento, y ser un estúpido del sentimiento y hasta un imbécil moral. Se han dado casos. Estos estúpidos afectivos con talento suelen decir que no sirve querer zahondar en lo inconocible ni dar coces contra el aguijón. Es como si se le dijera a uno a quien le han tenido que amputar una pierna que de nada le sirve pensar en ello. Y a todos nos falta algo; sólo que unos lo sienten y otros no. O hacen como que no lo sienten, y entonces son unos hipócritas. Un pedante que vio a Solón llorar la muerte de un hijo, le dijo: "¿Para qué lloras así, si eso de nada sirve?" Y el sabio le respondió: "Por eso precisamente, porque no sirve". Claro está que el llorar sirve de algo, aunque no sea más que de desahogo; pero bien se ve el profundo sentido de la respuesta de Solón al impertinente. Y estoy convencido de que resolveríamos muchas cosas si, saliendo todos a la calle, y poniendo a luz nuestras penas, que acaso resultasen una sola pena común, nos pusiéramos en común a llorarlas y a dar gritos al cielo y a llamar a Dios.

sábado, febrero 06, 2010

El precio de ser "aceptable"

Paciente muere durante tratamiento estético en clínica en Rio das Pedras.

Más aquí: O Globo (Rio de Janeiro)

miércoles, febrero 03, 2010

Uruguaya...ma non troppo

No hay nada como, en un día de lluvia, comer tortas fritas. Ha sido así desde que el Uruguay es Uruguay o Banda Oriental del Uruguay...Algo parecido sucede con el mate, pero no solamente en día de lluvia.
Hoy he intentado por tercera vez hacer tortas fritas y disfrutarlas mirando la lluvia copiosa de verano. Mi tercer intento fallido. No es que quisiera que me salieran igual a las de mi madre. Mi pretensión no llegaba a tanto. Pero, al menos, que fueran comestibles.
Es así que el día de hoy, me declaro oficialmente incompetente para hacer tortas fritas o preparar un mate. 
¡Sí, claro que soy uruguaya!

martes, febrero 02, 2010

No es no...y a veces un sí

Déjame aclararte algo: cuando te digo que no quiero verte, es que verdaderamente no quiero verte. Bueno, está bien, nos vemos hoy...Pero debes entender que no quiero verte.