domingo, diciembre 27, 2009

"Íntima", Delmira Agustini



Yo te diré los sueños de mi vida
en lo más hondo de la noche azul...
Mi alma desnuda temblará en tus manos,
sobre tus hombros pesará mi cruz.

Las cumbres de la vida son tan solas,
¡tan solas y tan frías! Yo encerré
mis ansias en mí misma, y toda entera
como una torre de marfil me alcé.

Hoy abriré a tu alma el gran misterio;
ella es capaz de penetrar en mí.
En el silencio hay vértigos de abismos:
yo vacilaba, me sostengo en ti.

Muero de ensueños; beberé en tus fuentes
puras y frescas la verdad; yo sé
que está en el fondo magno de tu pecho
el manantial que vencerá mi sed.

Y sé que en nuestras vidas se produjo
el milagro inefable del reflejo...
En el silencio de la noche mi alma
llega a la tuya como un gran espejo.

¡Imagina el amor que habré soñado
en la tumba glacial de mi silencio!
Más grande que la vida, más que el sueño,
bajo el azur sin fin se sintió preso.

Imagina mi amor, mi amor que quiere
vida imposible, vida sobrehumana,
tú sabes que si pesan, si consumen
alma y sueños de olimpo en carne humana.

Y cuando frente al alma que sentía
poco el azur para bañar sus alas
como un gran horizonte aurisolado
o una playa de luz, se abrió tu alma:

¡Imagina! ¡Estrechar, vivo, radiante
el imposible! ¡La ilusión vivida!
Bendije a Dios, al sol, la flor, el aire,
¡la vida toda porque tú eras vida!

Si con angustia yo compré esta dicha,
¡bendito el llanto que manchó mis ojos!
¡Todas las llagas del pasado ríen
al sol naciente por sus labios rojos!

¡Ah! Tú sabrás mi amor; mas vamos lejos,
a través de la noche florecida;
acá lo humano asusta, acá se oye,
se ve, se siente sin cesar la vida.

Vamos más lejos en la noche, vamos
donde ni un eco repercuta en mí,
como una flor nocturna allá en la sombra
me abriré dulcemente para ti.

sábado, diciembre 26, 2009

De olores, abrazos y sábanas...


Pasa el tiempo y cada vez me gustan menos las fiestas tradicionales, hasta me incomoda escribirlas o nombrarlas. No es que los pasados de años se vuelvan amargados, es que hay más ausencias que sufrir y muchas traiciones infames que no deseamos ya perdonar.

Decidí pasar la noche buena en casa, sola. En definitiva no me interesa la Navidad, no tiene significado religioso y mis ausencias de sangre son muchas para disimular una sonrisa cuando las campanadas lo indiquen. La ciudad se vació de a poco. El fin de semana largo propició que todos se fueran y me sentí feliz…era dueña de todo el centro de Montevideo y, como en pocas ocasiones, era una ciudad silenciosa.

Me llamó para desearme buenos augurios. Época propicia de excusas “te llamo para saludarte…” Nadie se lo cree, pero es como agradecer las condolencias de alguien que ni siquiera te conoce (o al muerto).
Él estaba solo también. No quise preguntarle por qué. Existía la posibilidad que también tuviera un armario lleno de muertos por llorar o traiciones que no quería perdonar.

Casi escribo que sin querer lo invité a venir a casa, pero lo invité porque quería verlo.

Llegó hermoso. Perfumado-como-siempre, con sus pestañas enormes y la sonrisa más bella que he visto en un hombre.

Fuimos uno por algún momento.

Avanzó la noche y vino a mí la tan acostumbrada incomodidad del otro. Demasiado tiempo durmiendo sola. No pude dormir. Tampoco estar a su lado. Me levanté (tuve que hacerlo) y dormité en el sofá.

Llegó la mañana y debíamos vernos con la luz del día…Debería ser un poco más honesta (con ambos) e invitarlo a retirarse, explicarle la verdad: “no eres tú, soy yo…” Pero no podía hacerlo. De cierta forma su presencia fue un regalo de noche buena y aún restan vestigios de persona buena y educada en mí.

Hubo charlas, intercambio de elogios sobre nuestra esbelta figura y hermoso ser, nos excusamos gentilmente, me sugirió películas…Lo miré por un buen tiempo…era definitivamente hermoso y ese jean le quedaba particularmente bien.

De nuevo la incomodidad. Mi nerviosa actitud y mi ya inoculta perturbación invitaron a que se fuera. No hay adioses entre nosotros…nunca los hubo. Hasta al despedirnos sentimos desasosiego…

Entre mis sábanas estaba su olor… Me acosté nuevamente (o por primera vez desde noche buena), cerré los ojos e imaginé que dormía a mi lado…

martes, diciembre 22, 2009

"Rostro de vos", Mario Benedetti

Tengo una soledad
tan concurrida
tan llena de nostalgias
y de rostros de vos
de adioses hace tiempo
y besos bienvenidos
de primeras de cambio
y de último vagón.

Tengo una soledad
tan concurrida
que puedo organizarla
como una procesión
por colores
tamaños
y promesas
por época
por tacto y por sabor.

sin un temblor de más,
me abrazo a tus ausencias
que asisten y me asisten
con mi rostro de vos.

Estoy lleno de sombras
de noches y deseos
de risas y de alguna maldición

Mis huéspedes concurren,
concurren como sueños
con sus rencores nuevos
su falta de candor.
yo les pongo una escoba
tras la puerta
porque quiero estar solo
con mi rostro de vos.

Pero el rostro de vos
mira a otra parte
con sus ojos de amor
que ya no aman
como víveres
que buscan a su hambre
miran y miran
y apagan la jornada.

Las paredes se van
queda la noche
las nostalgias se van,
no queda nada.

Ya mi rostro de vos
cierra los ojos.

Y es una soledad
tan desolada.

domingo, diciembre 20, 2009

jueves, diciembre 17, 2009

miércoles, diciembre 16, 2009

Te doy mi palabra...

Descansar

(De des- y cansar).
1. tr. Aliviar a alguien en el trabajo, ayudarle en él.
2. intr. Cesar en el trabajo, reparar las fuerzas con la quietud.
3. intr. Tener algún alivio en las preocupaciones.
4. intr. Desahogarse, tener alivio o consuelo comunicando a un amigo o a una persona de confianza los males o penalidades.
5. intr. Reposar, dormir. El enfermo ha descansado dos horas.
6. intr. Dicho de una persona: Estar tranquila y sin cuidado en la confianza de los oficios o el favor de alguien.
7. intr. Dicho de una cosa: Estar asentada o apoyada sobre otra. El brazo descansaba sobre la almohada. U. t. c. tr.
8. intr. Dicho de una tierra de labor: Estar sin cultivo uno o más años.
9. intr. reposar (‖ estar enterrado).

Te doy mi frase: "Háblame de los números imaginarios, necesito descansar un poco".

martes, diciembre 15, 2009

Erótica del Ser - 1 (Gerardo Bleier)



Cenizas insurrectas
que el cuerpo de la vida lame
y luego sopla
hacia algún lugar.

Apenas eso.

Y el otro.

La doncella de blanco que ilumina el banco de una plaza.

La imagen de un hada que en silencio posa.

El recuerdo de un beso que nos fue negado.

La tibieza de una mano que roza la nuca en el momento preciso.

Apenas eso.

Un cuerpo en tránsito
en otro
conmovido.

sábado, diciembre 12, 2009

Te doy mi palabra:

Abarcar:

(Del lat. *abbracchicāre, de brachĭum, brazo).

1. tr. Ceñir algo con los brazos o con la mano.
2. tr. Rodear, comprender.
3. tr. Contener, implicar o encerrar en sí.
4. tr. Percibir o dominar con la vista, de una vez, algo en su totalidad.
5. tr. Tomar alguien a su cargo muchas cosas o negocios a un tiempo.
6. tr. Cineg. Rodear un trozo de monte en que se supone que está la caza.

Te doy mi frase:  "¡Dame un abrazo, necesito sentirme abarcada!"

viernes, diciembre 11, 2009

Desnud@s punto net.

Esa es la verdad, nos desnudamos "en" y "con" cada palabra, sin darnos cuenta (tal vez), aunque creo que todos, en algún momento, adquirimos consciencia de esa exposición.


El desnudo completo es casi como inevitable, porque todo el proceso es tan lento: palabra a palabra, posteo a posteo, comentario a comentario, que apenas percibimos que falta solamente un lienzo para descubrir nuestro verdadero rostro a millones y millones de millones de personas.

Si el proceso es conciente ¡¿qué importa todo?Preparados estamos para que nos digan qué tan desagradables somos.

Pero, si no existe conciencia de cada paño quitado y en las luces de un monitor encendido se publica lo que no debería nunca ser íntimamente expuesto, entonces, todo se vuelve caótico e inquisidor.

Esa es la verdad, nos desnudamos "en" y "con" cada clic, dándonos cuenta (tal vez), aunque esa conciencia sea el resultado de una mente perturbada. "Posteo, luego, existo".

¿Qué es lo que tanto necesitamos contarle al otro, que debe hacerse en la intimidad de un cuarto de puertas abiertas al primer curioso?
¿Por qué nos desnudamos?
Informar (¿!)
Preservar.
Compartir.
Llenar.
Rellenar (remplir es la palabra que busco) espacios vacíos…vacíos de respuestas, de cordura, de presencias.

Así estamos... desnud@s en este mundo punto net.

jueves, diciembre 10, 2009

Lectura al alcance de un clic...un blog inagotable


Pues sí...toda la lectura, la de la buena y la mejor, en el proprio idioma del autor y traducida al castellano (español), la conocida y los nuevos sabores...esa es la Biblioteca de Marcelo Leites: http://ustedleepoesia2.blogspot.com/

Resiste al escrutiño más histérico. No importa cuánto te guste leer y lo mucho que lo hayas hecho, este blog te superará diariamente. Me he propuesto leer más de un posteo por día, solamente con la intención de vencer a este bloguero que, de una forma poco pretenciosa, postea los poemas más bellos y los textos más profundos de autores de todo el mundo, y he sido vencida en el juego que más me gusta perder: ¡la lectura! Este hombre pareciera ser incansable: si un texto en particular te agrada y le haces un comentario relacionándolo con otro escritor, pues, ya lo tienes averiguando si tu referencia tiene una buena traducción en castellano...Una solución para los que estamos horas buscando buena lectura punto net. Las horas desperdiciadas se ganan leyendo este fantástico blog, archivada como la mejor biblioteca.

Prohibido para los adictos...riesgo seguro a no tener vida!


miércoles, diciembre 09, 2009

Cántaro Agridulce - Gerardo Bleier



Hazme un lugarcito
a lengua de distancia
del cántaro agridulce
que enjuaga tu alma en mi boca.

Allí donde milagrosamente he sido
esclavo y guerrero.

Allí donde en ocasiones he ansiado quedarme
a beber
eternidad.

Hazme un lugarcito entre las piernas y el espíritu:
allí donde he saboreado
la humedad
de lo que lame tibio
de lo efímero
de lo que dulce sabe
como un jugo de uva que el azar derrama de la mano
al espejo
y de allí al sueño de un dios
perdido
en el tiempo.

Hazme un lugarcito.
Aunque el miedo nos conduzca
por diferentes enigmas.


Aunque la alteridad a veces
excite

y en ocasiones corrompa,
el espíritu del otro,
lo igual del otro
lo uno.

Si pudiésemos padecer la eternidad
no haríamos trampas.
Ni el uno ni el igual tendrían sentido.

A la hora de la verdad el otro somos.

La imagen de Dios nos unifica.
La finitud. La palabra.

Pero jamás haremos
dos idénticos de lado.
Ni siquiera llorando juntos haremos
dos idénticos de lado.

El miedo nos conduce por diferentes enigmas.

Hazme bella en silencio
un lugarcito
apenas un lugarcito
a un lado del río de vodka.

Un lugarcito apenas
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Gerardo Bleier: Poeta y periodista uruguayo.

domingo, diciembre 06, 2009

Esperando el Verano...



¡El verano es como Godot: no vino, no viene! Extraño el sol, necesito el sol: de mis gajos no brotan hojas nuevas, las flores no se abrieron, esperan que haya luz.
Tres y media de la tarde, nubes negras nuevamente…hoy tampoco habrá caminatas al aire libre, sin embargo, debo salir. Miro a Saba, le digo “Alors, on y va”! Me mira con sus ojos grandes y en mi imaginación me contesta “On y va”! Vuelve a recostar su cabeza sobre mi pierna… Nous ne bougeons pas!



Extraño el agua, necesito el agua. Mis gajos deben hacerse fuertes, mis hojas más verdes y mis capullos abrirse enormes y perfumados…Se hace tarde, escucho pisadas de otoño en el pasillo.

Extraño el verano, las caminatas “pieds-nus” sobre la arena, dejando pisadas que serán borradas por otras, de otros pies descalzos, en otros tiempos, otros veranos.

Extraño el Fortín, el bosque indígena, el canto de los pájaros, la arena que entierra mis dedos, el sol fuerte quemando mis brazos, derritiendo ideas frías de inviernos negros.



“Allons-y Saba! Il faut comme-même sortir un peu!" Apenas mueve su oreja izquierda. No me mira…No nos movemos.
¡El verano es como Godot: no vendrá!



sábado, diciembre 05, 2009

El Final - Samuel Beckett

Ahora avanzaba a través del jardín. Había esa luz extraña que cierra una jornada de lluvia persistente, cuando el sol aparece y el cielo se ilumina demasiado tarde para que sirva ya para algo. La tierra hace un ruido como de suspiros y las últimas gotas caen del cielo vaciado y sin nubes. Un niño, tendiendo las manos y levantando la cabeza hacia el cielo azul, preguntó a su madre cómo era eso posible. Vete a la mierda, dijo ella. Me acordé de pronto que había olvidado pedir al señor Weir un pedazo de pan. Seguramente me lo hubiera dado. Lo pensé, durante nuestra conversación, en el vestíbulo. Me decía, Acabemos primero lo que nos estamos diciendo, luego se lo preguntaré. Yo sabía perfectamente que no me readmitirían. A gusto hubiera desandado el camino, pero temía que uno de los guardianes me detuviera diciéndome que nunca volvería a ver al señor Weir. Lo que hubiera aumentado mi pesar. Por otra parte no me volvía nunca en esos casos. En la calle me encontraba perdido. Hacía mucho tiempo que no había puesto los pies en esta parte de la ciudad y la encontré muy cambiada. Edificios enteros habían desaparecido, las empalizadas habían cambiado de sitio y por todas partes veía en grandes letras nombres de comerciantes que no había visto en ninguna parte y que incluso me hubiera costado pronunciar. Había calles que no recordaba haber visto en su actual emplazamiento, entre las que recordaba varias habían desaparecido y por último otras habían cambiado completamente de nombre. La impresión general era la misma de antaño. Es verdad que conocía muy mal la ciudad. Era quizás una ciudad completamente distinta. No sabía dónde se suponía que debía ir lógicamente. Tuve la enorme suerte, varias veces, de evitar que me aplastaran. Estaba siempre dispuesto a reír, con esa risa sólida y sin malicia que tan buena es para la salud. A fuerza de conservar el lado rojo del cielo lo más posible a mi derecha llegué por fin al río. Allí todo parecía, a primera vista, más o menos tal y como lo había dejado. Pero mirando con más atención hubiera descubierto muchos cambios sin duda. Eso hice más tarde. Pero el aspecto general del río, fluyendo entre sus muelles y bajo sus puentes, no había cambiado. El río en particular me daba la impresión, como siempre, de correr en el mal sentido. Todo esto son mentiras, me doy perfecta cuenta. Mi banco estaba aún en su sitio. Se le había excavado según la forma del cuerpo sentado. Se encontraba junto a un abrevadero, regalo de una tal señora Maxwell a los caballos de la ciudad, conforme la inscripción. Durante el tiempo que me quedé allí varios caballos sacaron provecho del regalo. Oía los hierros y el clic clac del arnés. Después el silencio. Era el caballo quien me miraba. Después el ruido de guijarros arrastrados en el barro que hacen los caballos al beber. Después otra vez el silencio. Era el caballo quien me miraba otra vez. Después otra vez los guijarros. Después otra vez el silencio. Hasta que el caballo hubo acabado de beber o el carretero consideró que había bebido suficiente. Los caballos no estaban tranquilos. Una vez, cuando cesó el ruido, me volví y vi el caballo que me miraba. El carretero también me miraba. La señora Maxwell se hubiera puesto muy contenta si hubiera podido ver a su abrevadero prestar tales servicios a los caballos de la ciudad. Llegada la noche, después de un crepúsculo muy largo, me quité el sombrero que me hacía daño.

Deseaba estar otra vez encerrado, en un sitio hermético, vacío y caliente, con luz artificial una lámpara de petróleo a ser posible, cubierta con una pantalla rosa preferentemente. Vendría alguien de vez en cuando a asegurarse que me encontraba bien y no necesitaba nada. Hacía mucho tiempo que no había tenido verdaderas ganas de algo y el efecto sobre mí fue horrible.

"Elogio de la locura" Erasmo de Rotterdam

"Verdaderamente hay dos clases de locura: una, la que las Furias engendran en el infierno cada vez que lanzan las serpientes que despiertan en el pecho de los mortales la pasión de la guerra, la inextinguible sed del oro, un indecoroso y abominable amor, el parricidio, el incesto, el sacrilegio, y cualquier otro designio depravado; o cuando alumbran la conciencia del culpable con la terrible antorcha del remordimiento. Pero hay otra locura muy distinta de ésta, que precede de mí y que es apetecida por todos.

Normalmente se manifiesta por cierto alegre extravío de la razón que al mismo tiempo libera al alma de sus angustiosas preocupaciones y devuelve el perfume de múltiples deleites. Este extravío es el que, como supremo don de los dioses, pedía Cicerón, cuando escribe a Atico, para que pudiera perder la conciencia de sus numerosas adversidades. Tampoco lo consideró como un mal aquel argivo que había estado loco hasta el punto de que pasaba días enteros solo en un teatro riendo, aplaudiendo y divirtiéndose, porque creía ver representar admirables comedias, cuando no se representaba absolutamente nada, y en cambio era muy cuerdo en todos los demás menesteres de la vida, “alegre con los amigos, bondadoso con su esposa, indulgente con sus criados, con los cuales nunca se enfadó porque le hubieran destapado una botella”.
Este, pues, gracias a los cuidados de su familia y a los medicamentos que le recetaron, recobró el juicio, y cuando estuvo totalmente sano se lamentaba así: “Por Polux, amigos míos, que me habéis matado, y en modo alguno me habéis salvado al arrebatarme el placer y forzarme a abandonar una gratísima ilusión de mi espíritu”. Decía bien: ellos eran los dementes y los que más necesitaban el eléboro, por haber creído que, como si se tratara de una enfermedad, tenían el deber de aplicar el remedio a locura tan feliz y divertida. Con esto no afirmo que sea lícito dar el nombre de locura a todo desorden o error de los sentidos o de la mente.
Tampoco se puede considerar como loco a aquel que debido a tener telarañas en los ojos confunda un mulo con un asno, o al que admire como doctísima una poesía indocta. Sí lo será verdaderamente quien, no tanto por falta de sentido como por mengua de juicio, vaya más allá de lo corriente y acostumbrado, ya que a éste su locura le hará tomar un asno por un mulo, que es el mismo caso del que, oyendo rebuznar a un asno, creyera escuchar una admirable sinfonía, o del infeliz que, habiendo nacido en miserable cuna, creyera ser Creso, rey de los lidios. La locura de este género, si como sucede a menudo, es inclinada al placer, no reporta menor deleite al que la tiene que a los que la presencian, con tal de que no están tan locos como él. Esta clase de locura es mucho más frecuente que lo que el vulgo cree. El loco se burla del loco, y unos a otros se proporcionan recíproca diversión. No es raro observar que el más loco de los dos es el que ríe más fuerte."

La muerte del árbol



Madera que arde en el fuego. Se queja en su crepitar y nadie la oye. Lenguas azules, rojas, amarillas convierten su tosca piel de árbol que un día fue vida en carbón. No salió de mi mano la herida mortal de hacha...pero escucho su lamento de madera muerta y es mi mano la que recoge sus cenizas.