Al salir del trabajo me encontré con Andrea. Ella estaba fascinada con un grupo de jazz nuevo que había encontrado. El tiempo que estuvimos hablando, durante el trayecto de la salida a la parada de ómnibus, no dejaba de gesticular y hablar sobre lo extraordinario de la música que encontró.
Lo extraordinario, en realidad, era darme cuenta que yo también sentía esa fascinación por la música, que cada vez que encontraba algo que cuajara perfectamente con mi estado de espíritu, la escuchaba durante horas y días enteros hasta que las melodías volvían a mi memoria autonomamente, como una agradable y permanente compañía sonora.
Es una forma muy obsesiva de vivir la música, lo reconozco, pero yo vivo todo obsesivamente. Lo único que lamento es no recordar el nombre del nuevo grupo de jazz que le fascinó a Andrea.