lunes, marzo 26, 2012

De marionetas y placeres




En qué momento dejé de hacer todas las cosas que me dan placer no lo sé. No todas, algunas las mantengo por una necesidad básica de mantener cierto nivel de cordura y por el placer de sentir el gozo. Pero muchas sí, como llegar a casa, escuchar jazz y tomarme una copa de vino sentada en el sillón frente a la ventana mirando el mar, mientras el guiso de lentejas se hace lentamente en la cocina. Hace dos años que no bajo a la rambla a tomarme unos mates con mis amigas, sintiendo la caricia del viento y el olor a historia de marineros.

La rutina logró amarrarme en sus garras y alejarme de las ganas del disfrute por el disfrute, de las horas perdidas (ganadas) percibiendo olores, sintiendo, conectándome con mi esencia más femenina y humana de ser.

Hice cosas que me dieron algo  placer, por supuesto, aunque algunas por el placer de hacerlas y otras por la obligación. Viajes a lugares casi perfectos (demasiado viajes y demasiado perfectos para mi gusto), el hormiguero (un placer inigualable por la gurisada que está en la vuelta), el teatro (una experiencia que no pienso repetirla tan pronto), la gente hermosa que se me ha cruzado y la que no lo fue tanto pero que me ha servido de medida justa para saber con quién definitivamente no quiero estar ni cerca.

Soy consciente que de alguna forma alguien más mueve las cuerdas de mi ser de marioneta, la vida misma me empuja por un camino y desconozco el destino final. Justo yo, que tanto me alegraba de saber hacia dónde quería ir, en una ruta generalmente caótica pero conocida y por eso querida!

Hace frío, el mar/río rompe sus olas amarronadas e histéricas contra la rambla, tal vez por eso, o por el mensaje recibido de Hitlodeo, quise reconciliarme con mi ser y siento el olor a lentejas desde el sillón mientras John Coltrane llega, suavemente, a mis oídos y las gotas de lluvia me saludan desde la ventana...

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