Luego de más de veinte años, la literatura (más bien la lectura) me rescata nuevamente de la realidad. En esta extraordinaria ciudad medieval de Suiza, tan perfecta y por ello tan extraña a mi turbado ser, los escritos de Felisberto Hernández me abrazan en un presocratismo que me resulta tan familiar como el compás de las agujas de tejer de mi madre que me guiaban a un ensueño con olor tibio.
jueves, noviembre 04, 2010
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