Pasa el tiempo y cada vez me gustan menos las fiestas tradicionales, hasta me incomoda escribirlas o nombrarlas. No es que los pasados de años se vuelvan amargados, es que hay más ausencias que sufrir y muchas traiciones infames que no deseamos ya perdonar.
Decidí pasar la noche buena en casa, sola. En definitiva no me interesa la Navidad, no tiene significado religioso y mis ausencias de sangre son muchas para disimular una sonrisa cuando las campanadas lo indiquen. La ciudad se vació de a poco. El fin de semana largo propició que todos se fueran y me sentí feliz…era dueña de todo el centro de Montevideo y, como en pocas ocasiones, era una ciudad silenciosa.
Me llamó para desearme buenos augurios. Época propicia de excusas “te llamo para saludarte…” Nadie se lo cree, pero es como agradecer las condolencias de alguien que ni siquiera te conoce (o al muerto).
Él estaba solo también. No quise preguntarle por qué. Existía la posibilidad que también tuviera un armario lleno de muertos por llorar o traiciones que no quería perdonar.
Casi escribo que sin querer lo invité a venir a casa, pero lo invité porque quería verlo.
Llegó hermoso. Perfumado-como-siempre, con sus pestañas enormes y la sonrisa más bella que he visto en un hombre.
Fuimos uno por algún momento.
Avanzó la noche y vino a mí la tan acostumbrada incomodidad del otro. Demasiado tiempo durmiendo sola. No pude dormir. Tampoco estar a su lado. Me levanté (tuve que hacerlo) y dormité en el sofá.
Llegó la mañana y debíamos vernos con la luz del día…Debería ser un poco más honesta (con ambos) e invitarlo a retirarse, explicarle la verdad: “no eres tú, soy yo…” Pero no podía hacerlo. De cierta forma su presencia fue un regalo de noche buena y aún restan vestigios de persona buena y educada en mí.
Hubo charlas, intercambio de elogios sobre nuestra esbelta figura y hermoso ser, nos excusamos gentilmente, me sugirió películas…Lo miré por un buen tiempo…era definitivamente hermoso y ese jean le quedaba particularmente bien.
De nuevo la incomodidad. Mi nerviosa actitud y mi ya inoculta perturbación invitaron a que se fuera. No hay adioses entre nosotros…nunca los hubo. Hasta al despedirnos sentimos desasosiego…
Entre mis sábanas estaba su olor… Me acosté nuevamente (o por primera vez desde noche buena), cerré los ojos e imaginé que dormía a mi lado…
2 comentarios:
"Arma de doble filo, la soledad..."
Ni tanto 'ojo'...ni tanto.
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