"Verdaderamente hay dos clases de locura: una, la que las Furias engendran en el infierno cada vez que lanzan las serpientes que despiertan en el pecho de los mortales la pasión de la guerra, la inextinguible sed del oro, un indecoroso y abominable amor, el parricidio, el incesto, el sacrilegio, y cualquier otro designio depravado; o cuando alumbran la conciencia del culpable con la terrible antorcha del remordimiento. Pero hay otra locura muy distinta de ésta, que precede de mí y que es apetecida por todos.
Normalmente se manifiesta por cierto alegre extravío de la razón que al mismo tiempo libera al alma de sus angustiosas preocupaciones y devuelve el perfume de múltiples deleites. Este extravío es el que, como supremo don de los dioses, pedía Cicerón, cuando escribe a Atico, para que pudiera perder la conciencia de sus numerosas adversidades. Tampoco lo consideró como un mal aquel argivo que había estado loco hasta el punto de que pasaba días enteros solo en un teatro riendo, aplaudiendo y divirtiéndose, porque creía ver representar admirables comedias, cuando no se representaba absolutamente nada, y en cambio era muy cuerdo en todos los demás menesteres de la vida, “alegre con los amigos, bondadoso con su esposa, indulgente con sus criados, con los cuales nunca se enfadó porque le hubieran destapado una botella”.
Este, pues, gracias a los cuidados de su familia y a los medicamentos que le recetaron, recobró el juicio, y cuando estuvo totalmente sano se lamentaba así: “Por Polux, amigos míos, que me habéis matado, y en modo alguno me habéis salvado al arrebatarme el placer y forzarme a abandonar una gratísima ilusión de mi espíritu”. Decía bien: ellos eran los dementes y los que más necesitaban el eléboro, por haber creído que, como si se tratara de una enfermedad, tenían el deber de aplicar el remedio a locura tan feliz y divertida. Con esto no afirmo que sea lícito dar el nombre de locura a todo desorden o error de los sentidos o de la mente.
Tampoco se puede considerar como loco a aquel que debido a tener telarañas en los ojos confunda un mulo con un asno, o al que admire como doctísima una poesía indocta. Sí lo será verdaderamente quien, no tanto por falta de sentido como por mengua de juicio, vaya más allá de lo corriente y acostumbrado, ya que a éste su locura le hará tomar un asno por un mulo, que es el mismo caso del que, oyendo rebuznar a un asno, creyera escuchar una admirable sinfonía, o del infeliz que, habiendo nacido en miserable cuna, creyera ser Creso, rey de los lidios. La locura de este género, si como sucede a menudo, es inclinada al placer, no reporta menor deleite al que la tiene que a los que la presencian, con tal de que no están tan locos como él. Esta clase de locura es mucho más frecuente que lo que el vulgo cree. El loco se burla del loco, y unos a otros se proporcionan recíproca diversión. No es raro observar que el más loco de los dos es el que ríe más fuerte."
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