En los últimos días, he ido a trabajar con una camiseta que tenía una frase de Rilke estampada a la altura del pecho: “Amor son dos soledades protegiéndose una a la otra”. Hoy, al terminar un libro de Mariano Peyrou que publicó Averno a fines del año pasado, me encuentro con este verso: “el amor es solipsimo compartido, tan poco”. Me parece que existe aquí una agradable coincidencia entre “dos soledades protegiéndose” y “solipsimo compartido”. Sin embargo, en la secuencia de este encuentro, soy impulsado a pensar que el amor es antes la ausencia del egoísmo. Porque instintivamente egoístas, las personas tienden a defenderse del amor mezclándolo con la pasión, el deseo, la amistad. Lo disfrazan, enmascaran, se enmascaran. Desvelado, el amor se revela cuando estamos dispuestos a prescindir de nuestra comodidad en pos del bien de aquellos que nos inspiran ese mismo amor. Sean nuestros hijos, nuestras mujeres o nuestros hombres, o nuestros amigos. De allí que sea tan oneroso amar. El precio a pagar será siempre superior al beneficio más directo, que, si notamos bien, es el único que interesa a la mayoría de la razón de los corazones egoístas.
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