lunes, abril 12, 2010

No land for old men

"Yo he visto muchas cosas malas, ya no hay nada que me haga llorar. Mis lágrimas no se ven, van por dentro." Son las palabras de Josehp Furaha, sobreviviente del genocidio de Ruanda.
La foto de Joseph muestra un hombre joven de ojos tristes. Esa misma tristeza en el mirar se repite en miles de ruandeses. Lo constaté personalmente hace dos años. Lo primero que me llamó la atención fue lo joven que era la población. Es natural que así sea porque vivo en un país de gente mayor, se ven canas teñidas de nostalgia por doquier. Uno de mis acompañantes nos contó con detalles el genocidio de Ruanda, las voces en la radio convocando a "cortar los árboles altos" (matar a los tutsis), las muertes a machetazos, los cráneos de niños reventados contra el piso y la pared.

Un genocidio que pudo haber sido evitado. Un millón de negros muertos, bajo la indiferencia escandalosamente pública de Estados Unidos e Inglaterra (y Europa). En dos oportunidades entorpecieron el accionar de las tropas de paz de Naciones Unidas con el pretexto de que no habían pruebas objetivas que verificaran las agresiones. Ojalá hubieran usado la misma dialéctica en la invasión de Irak. ¡Qué farsantes!
Un millón de negros muertos y pudo haberse evitado.

No hay viejos en Ruanda. Murieron hace 16 años en un espantoso genocidio que el mundo dejó que sucediera porque estaba más preocupado mirando su propio ombligo. En Ruanda los jóvenes tienen ojos tristes, muy tristes. Ojos de sobrevivientes de una terrible matanza.


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